lunes, 12 de diciembre de 2011

Poemas de CAM aparecidos en Revista Internacional de Poesía EXTRAMUROS en la década del 80 (fueron corregidos en la actualidad)

IDA Y REGRESO

Y un día la muerte
se cansó de tanto quitarnos vida
y nos dejó tranquilos.
Todo fue permitido desde ese momento:
los conductores de vehículos
lograron manejar en estado de ebriedad,
pasar con luz roja, no respetar
disco pare. Lograron
pasarse a llevar peatones, chocarse
unos a otros.
Porque la muerte no existió
y el dolor se había extinguido.

Desaparecieron los delincuentes.
Todos transitaron por suburbios
sin temor en madrugadas.
No hubo temor a  balazos
ni a cuchillas.
Porque la muerte no existió
y el miedo y el dolor se fugaron.

Fumadores y borrachines se dieron la gran vida.
Porque al no existir la muerte
cayeron
difuminados
el cáncer y la cirrosis

Hasta el día que la muerte se acabó
fueron recordados
los que murieron antes de esta gran decisión. Porque luego no hubo
pretérito
ni arte
ni ciencia.

Los centros del vicio fueron los más concurridos
y las funerarias cerraron sus puertas.
Las industrias de armamentos
cayeron en banca rota
porque las guerras se transformaron en juegos pueriles.

Pero un día cualquiera
al darse cuenta la muerte
que su resolución le había dado malos resultados
se posó de nuevo, como mariposa,
en el cuerpo de los humanos
hasta dejarlo
tendido.




LOS ZAPATEROS
( A Luis y Gustavo, los zapateros)


Entre paredes de cholguán
hay olor a neoprén derramado.
Y la vida que surge desde el suelo
tiene presencia de martillo, cuchillo,
clavos, cueros.
Y entonces hay olor a zapatería
donde un hombre martilla y sentencia como juez. Y hay olor
a zapatos acabados; olor
a gente
pobre.
Y ahí están, Gustavo y Lucho
devorando horas
como cirujanos.





IMPOSIBLE

Con un canto de gallo surgió la mañana.
Muchos no quisieron despertar.
Jorge-Isabel-Pedro
abrieron los ojos
para buscar el pan. Y lo encontraron
transformado
en piedra.





ESTO HAY


Señor equis de apellido equis se equivoca.
No es la vida como él la pinta.
Hay cosas que deben dialogarse.
Por ejemplo:
“veo a un perro colgado de una soga,
calamina invisible tapa el cielo de tu vida,
harapo de mujer vuela enrollado en llantos,
conventillo está sediento de ladrillos nuevos,
platos gritan ausencia de comida,
hombres cabizbajos deambulan por las calles”.
Pero el señor equis sigue
contando bolitas de barro
por bolitas de vidrios.




UN   DOS   TRES

Contaré hasta tres
y me echaré a volar.
Me detendré a beber
un vaso de vino,
a mirar el trasero de esa dama,
a reírme de todos
los que pasen por mi lado.
Pero todo será
después que cuente hasta tres
y una vez
que las campanas hayan dejado de tocar
en este pueblo
miserable.





DIFERENCIAS


Mi reverso de la medalla eres.
No sé si llegaremos al final del camino.
Tenemos menesteres desiguales
y somos tan distintos como el grito y el silencio.
Dudo que algún día lleguemos a entendernos.
De cuerpo bello reprochas mi  flaqueza.
Tiras latigazos a mis desgastes poéticos.
Bajo sábanas hablas más de la cuenta.
Bailas cumbias cuando escucho a Arrau.
Mi reverso de la medalla eres
y no sé si llegaremos
a encontrarnos
de nuevo.



RAPTO


Pedazo de tierra raptado.
Beso besado y boca primaria.
Historia nacida y este pedazo
quieto del mundo.
Isla El Alacrán
y Arica lejana volando
como papel.
Fortificaciones españolas antiguas fortificaciones
observaban
y la piedra dura
del tiempo.
Boca primaria y besos de isla
y aire y rocas
que hablaban
por nosotros.




LEJANÍA DE AMIGOS


Mis amigos siguen jugando a los bolos
me buscan y no me encuentran.
Comienza a divertirme esta escena.
Beben vino y me guardan
un vaso
toda la noche.
Pero yo salto por otros sitios
con olor a fantasma,
con cara de águila,
sorteando calles,
entrando en galerías saliendo de ellas, huyendo
de la ciénaga.

Vejez y piernas

Aunque quieras mirar
piernas
la vejez te aprisiona. No puedes
sacarte la edad. Extrañas cosas cubren
tu piel. Las gaviotas no vuelan
por tu puerta.
Los años cegaron tus ojos. No estás
preparado para un salto. No estás
en tiendas de moda
no bebes el vino de antes   no escupes portales
no corres en prados.
Aunque veas pornografía barata. Aunque observes
piernas hermosas, no puedes
besarte ni el pulso.


GATO



Toda la noche a cada hora el gato … el tejado.

Está mirando y en sus ojos

se detiene la noche en sus ojos

caminan hombres caminan sombras.

Desde la ventana hacia calle Baquedano

allá donde compran los adinerados

una falda diminuta se desplaza dos piernas la guían dos piernas

duras como troncos

Y este gato que sigue mirando desde el techo.

Abre su hocico. Mira

desde lejos.

Y la vida sigue

amaneciendo

como niño.



DUEÑO DE NADIE



Otro día pasó …como los trenes

Y el andén estaba vacío.

Dueño de ti … De todos

los contornos de la estación.

Y la lluvia comenzaba a caer fuerte y la humedad

y la gente comenzaba a entrar a la estación

y yo seguía apretujándote los brazos.



Estaba solo … tú ya no eras

la mujer en mi mente

la que se levantó un día

para arropar mis pasos.



Estaba solo

y parece que todos me miraban.

Y yo era millonario en ese instante

de tu cuerpo de tus ojos grandes que observaban desde Camuy.



Me sentí dueño de ti

pero el tren partió un día

justo cuando me di cuenta

que nadie es dueño de nadie.


(inclusión en "Extramuros83". Poema escrito en 2010)




AQUI ME TIENES


Aquí me tienes sentado en esta silla sin saber quién soy

Acurrucado detrás de esta casa y unido al polvo que viene del norte.



Aquí me tienes parándome y sentándome junto a esa mesa plagada de moscas

Por donde caen incluso huevos de polillas del techo amoratado.



Aquí estoy escupiendo la soledad de los caídos

Mientras por las casas colindantes alguien baila una cumbia.



Así me verás cuando llegues a esta casa

después que los años hayan caído…




(inclusión en "Extramuros83". Poema escrito en 2010)





PLAZA FRÍA COMO OJO DE CADÁVER


(En homenaje a la Plaza Echaurren de Valparaíso)


I


Esta plaza es fría como ojo de cadáver. Camina la noche

sobre ella. Definitivamente está cansada. Sus pasos

son pasos

de anciana.



Olor a vino hay en sus rincones. Muchos

lustrabotas conversan al hambre.

Pero de este sitio nadie es dueño.

Ni el viento siquiera.



II


Rodeada está la plaza de fósiles y fantasmas. Y hay olor también

a ropajes, a disecados ancianos.

Parece haber sido construida para erradicar alegrías. Y para hablar

de ella tendremos que amar sus rincones. Conversar

con hombres que ya no existen.

Porque desde todos sus arbustos la vida

gesticula.

Y los que aún caminan jamás miran de frente.



III

Es diminuta esta plaza como bolsillo monedero.

Y está situada

en suburbios sobre papeles malolientes. Y tiene puertas

espacios pisoteados.

Y por ahí siempre alguien espera.



IV

Desde los cerros bajan lesbianas. Caen

de los cerros como frutos silvestres.

Siempre quise saber sus nombres. Pero ellas se besan

y escapan.



Construyen murallas en esta plaza, férreas murallas.

Pero cuando las llamo nunca vienen.




V

Esta plaza fue construida donde estuvo el mar. Por eso la humedad

de sus rincones, por eso

pescados hacinados, por eso carretones de mariscos.

Rostro de caleta tiene este sitio. Rostro de océano

pisoteado.



El mar estuvo un día bajo esta plaza.

Por eso es fría

como ojo

de cadáver.



ES POSIBLE QUE NO QUIERA

Es posible que no quiera vivir
junto a esta vieja casa
es posible que me asfixie con sus voces del pasado
que sus colores me provoquen descontento.

Dicen que esta casa tiene los mismos años de mi patria
y que la ciudad
con varios terremotos ha dañado sus huesos.

Esta casa me estremeció cuando toqué a su puerta.
Cuando palpé su chapa alguien tomó mi mano.
Cuando abrí la puerta alguien me habló al oído.
Por eso no quiero vivir junto a esta vieja casa.
Es posible que me asfixie
con sus voces.


SOL
 Pequeño es el mundo
cuando apareces
arriba
de cerros.
Y veo tu oro
brillar
y hay luz
sobre espejos.

Y levantas tu mano
la mano
la triunfadora
en mañanas.

Porque pequeño es
el mundo
cuando apareces
danzando
sobre riscos.
Y todos los diminutos
te miramos
te gritamos
como hijos  los hijos
indefensos.


FRÍOS DE  INVIERNO

El cielo cubierto
semeja
una fría cama.

Es el invierno.

Voces de hombres emergen se esconden
Parecen humo
Humo negro de caños.

Puertas de casas optan por el cerrojo.
En enrejados la humedad escupe.
El invierno está sobre cabezas. Está pegado
como garrapatas.
Y nosotros miramos al cielo
y enmudecemos.



editor

jueves, 10 de noviembre de 2011

Lectura poética

HOY.....Lectura poética en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH)
Viernes 18 de noviembre de 2011 a las 19.00 horas.
Almirante Simpson 7-Santiago de Chile.
Carlos Amador Marchant leerá poemas sueltos de sus libros "Hijo de Sastre" y "Alone Again", más algunos inéditos.
Lo acompaña en este encuentro el poeta de Quebrada Alvarado Renán Ponce, quien expondrá trabajos poéticos de sus seis libros editados.


editor

martes, 8 de noviembre de 2011

Desde Babel


Hablas en francés. Yo te escucho
en castellano.
Nos miramos y hay asombro.
Soy gato eres ratón.
El sol de otoño saluda.
Hay fusión de vida hay fusión de muerte.

Por la pampa de mi estómago
atraviesan ríos.
En tu pampa estomacal
rocas inglesas observan.

Todo parece aletear en nuestra cama.
Y el orín sólo es líquido
de todas las civilizaciones.

Curiosamente antes de Babel
bebías mi voz.
Hoy todo es bofetada
voz contra voz
espanto de tu idioma y el mío.


Carlos Amador Marchant
*Poema seleccionado en el concurso digital Centro de Estudios Poéticos de Madrid España 2011.
editor

domingo, 6 de noviembre de 2011

Abraham Valdelomar y el lienzo de la poesía peruana



Escribe Carlos Amador Marchant

Cuando uno vive en zonas extremas es pan diario la relación con el país vecino. Se trata de una especial unificación que hace desaparecer fronteras y los humanos terminan siendo uno solo.
Me ocurrió al vivir por largas décadas en la ciudad chilena de Arica, cercana a minutos de Tacna- Perú. (1970-1985). Los canales de TV del Rimac estaban en el living de mi casa, las radioemisoras, las noticias. Y en ambas ciudades, por cierto, el hormiguear de chilenos y peruanos se confundía entre vocablos diversos.
Caían a mis manos decenas de autores de ese país y, en consecuencia, me fui nutriendo de esa tierra hermana: Ricardo Palma, José María Eguren, César Vallejo, José Carlos Mariátegui, Ciro Alegría, José María Arguedas, Manuel Scorza, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, por nombrar algunos de la extensa lista.
Un día, caminando por las estrechas calles de la ciudad, en una librería de viejos, me llamó la atención un libro. Al comprarlo, en sus páginas interiores me alumbró una frase: “...mi única filosofía, la que me enseñara el cementerio de mi pueblo..”.
Era joven, y es probable que estas palabras me siguieran por largo tiempo, en una constante persecución.
Abraham Valdelomar era el poeta. ¿De mi generación quién conocía a Valdelomar?. Es posible que muy pocos. Veinte años después (por 1999), Elí Martín, lo comparaba con nuestro Oscar Castro, poniendo como énfasis el tema de su producción dentro del territorio nacional. Concuerdo con esta apreciación al unir entre ambos autores muertes prematuras: Castro a los 37 y Valdelomar a los 31 años. Es decir, opción creativa de continuidad, truncada por ciertas adversidades del destino.
Hubo quien en la década del 80 dijo que “si Castro no hubiese fallecido tan joven se iba a instalar como uno de los grandes-grandes”. Su profundidad y fluidez en poesía, cuento, novela, así lo delatan. Me “choca”, y debo decirlo, que, con el afán de no dejarlo en el olvido, le hayan musicalizado una gran cantidad de poemas. No quiero decir que sea negativo, pero lo prefiero sólo con su escritura, es como que le hubiesen quitado su identidad, el misterio, el deseo de leerlo con ansias. Sin embargo, más allá de su tuberculosis temprana y sus caminos llagados, quedó, y está, y seguirá estando.
Abraham Valdelomar, si bien desarrolló casi la mayoría de los géneros literarios, es considerado por sus pares como uno de los avezados cuentistas peruanos junto a Julio Ramón Ribeyro.
Es dueño de una prolífera obra que demuestra preocupación, y por cierto el carácter observador e inquieto de este poeta nacido en Ica en 1888. Muchas de ellas expuestas en diarios y revistas y que luego fueron recopiladas para ser transformadas en formato libro:  “El caballero Carmelo” y  “Los  hijos del Sol” (cuentos). Hay dramaturgia, hay novelas, hay crónicas, ensayos, poesía.
Valdelomar viaja a Europa, regresa luego a su tierra. Sus biógrafos lo retratan como un hombre inquieto y buen talante. Hace vida pública, un poco de política. Pero no es una persona arrogante como muchos lo retrataron, más bien casi al final de su vida gustó del “efectismo”  para hacerse notar frente a una clase social con la que no simpatizaba. Le interesa, fundamentalmente, el pasado histórico de Perú, desde el tiempo de los Incas. Era bondadoso, profundo, buen lector, sensible: “Hoy quisiera, señora, cantar vuestros hermosos/prestigios, el divino don de vuestra belleza,/vuestro selecto espíritu elogiar en mi canto, /pero a mi derredor sólo escucho sollozos…”.
Valdelomar era querido en su tierra y más aun en Ica. Realiza conferencias en casi todo el territorio peruano y finalmente es proclamado diputado por su provincia. Y su muerte está relacionada con este último acontecer de júbilo, de inquietante ir y venir. Dicen los historiadores que, en Ayacucho, venía bajando una escala empinada de piedra y cayó al tropezar desde una altura de siete metros. Permítanme repetir esa frase que me acompañó desde joven:  “mi única filosofía, la que me enseñara el cementerio de mi pueblo…”. Una decena de indígenas, a quienes amaba, cargaron su ataúd.
La relación que hice entre Valdelomar y Castro se une también con el mes en que fallecieron: noviembre. Castro fue el 1 de noviembre de 1947 y Valdelomar el 3 del mismo mes, pero del año 1919.
No me soslayo frente a la buena literatura. La busco y la entiendo en sus diferentes corrientes y tiempos, a la de los países latinoamericanos, a las de otros continentes. Pero mi fluir de ojos estuvo a horas tempranas junto a los peruanos. Sin duda, tiene que ver con mi acercamiento geográfico a ese país, a haber nacido en tierras del norte chileno, aquéllas que antaño no tenían fronteras.
Era una tarde de mucho sol cuando me encontré con Valdelomar. Otro tanto con el malogrado José Santos Chocano: “ El Cantor de América”, quien muriera dentro de un tranvía, en Chile, en manos de un esquizofrénico. Fue en octubre de 1934, es decir un mes antes de los dos poetas ya citados.
La filosofía marcada en el cementerio de mi pueblo. ¿Qué más quiero si con esta frase lo dijo todo?. Y a fin de cuentas, Abraham Valdelomar, sigue vivo bajo este recuerdo.



editor

viernes, 23 de septiembre de 2011

Luis Vulliamy aparece sobre una estufa vieja



Escribe Carlos Amador Marchant

No sé si lo que escribo es poesía, es crónica, es reportaje o novela. He olvidado los conceptos, los nombres, los apellidos, los estilos y hasta he olvidado si existen los críticos. Esto importa poco.
Lo cierto es que la semana pasada me pasé buscando por todos los recovecos un libro que desapareció de mi biblioteca. Sé que su tapa es de color verde y que sus hojas amarillosas requerían de cuidado. Lo había comprado en Santiago de Chile en un remate de la editorial universitaria, hace varios años. Di vuelta escritorios, estantes y nada. Al final encontré al infausto sentado de dos piernas encima de una estufa vieja. Debo haberlo dejado allí desde el invierno pasado, cuando terminé de usar ese artefacto una vez que se echaron a perder sus válvulas.
Luis Vulliamy es su autor: ¿lo recuerdan los chilenos?. El texto corresponde a la mitad del siglo pasado y tiene un título sugerente: “El paraíso de los malos”. Me gusta este nombre: ¿Hay paraíso para los malos?. O mejor: ¿Este es el paraíso de los malos y el infierno de los buenos?.
La editora zig-zag de ese tiempo publicaba libros hermosos y llamativos, pero de mucho cuidado. El material de éste (que acabo de reencontrar) ya se encuentra en calidad de anciano. Sus hojas comienzan a ponerse amarillas y la portada se descascara. Pero eran hermosos. En sus diseños unían los colores verdes de la solapa, letras rojas, carátula achocolatada. Tengo otros similares tanto en poesía como en narrativa.
Vulliamy ganó varios premios importantes en su corta vida (murió a los 59 años). Y es tal vez uno de los hechos trascendentes haber obtenido en cinco ocasiones consecutivas el Premio Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago de Chile. Precisamente este “paraíso de los malos” corresponde a uno de esos galardones de 1963 y que al mismo tiempo instala el undécimo libro, de los quince que alcanzó a publicar.
Nuestro escurridizo autor, a quien lo vemos al paso de las décadas muy agazapado, fue considerado por el crítico Hernán del Solar como “el mejor novelista de su generación”. En este “paraíso” vemos circular personajes del pueblo campesino de Piñas Verdes. Vulliamy es poeta y observamos en su narrativa precisamente esa profundidad que entregan los que desde el sillón de vate se sumergen en la narrativa. Aquí auscultamos al almacenero que mira desde los ventanales a los integrantes del pueblo, a sus habitantes, a la mujer campesina, a los mapuches de esa época, a la prostituta, al jugador de la noche, al notario, al político que compra con dinero a los analfabetos. Nos adentramos en ellos, en sus correrías, en sus voces, en la oscuridad del día y de la noche. Por esta misma razón el autor fue alejado del criollismo, porque más que ver o sentir el olor del campo, sentimos a su gente, con sus ironías y rabietas, con su sed y templanzas: “Atiendo a mi primera compradora. Doña Jesús Polanco me pide un metro de cinta blanca. Sonrío satisfecho, porque es una venta auspiciosa, que me dará buenos clientes para el resto del día. Ya lo tengo visto; hay que decir “no hay” cuando el primer cliente desea agujas, una “guillete” o un cuchillo. Pero doña Jesús me cuenta que compra la cinta para adornar a su nietecita que murió durante la noche. No le cobro, y le doy papel de seda amarillo y morado para que vista al “angelito”. Y me quedo pensando. Así, de repente, lo mejor se queda en nada”.
Conocedor del pueblo mapuche y descendiente de colonos suizos, Vulliamy nació en la pequeña ciudad de Lautaro en la novena región chilena, y coincidentemente, en un barrio denominado “Guacolda”, que fue la compañera de ese valiente toqui araucano de las contiendas del siglo dieciséis. Hablaba perfectamente el mapudungún  y sus personajes, sus observancias, están ancladas en el pueblo originario de esta nación.
La obra de Vulliamy (nacido en 1929 y fallecido en 1988) está complementada con otros premios:
Mauricio Fabry”, que otorga la Cámara Chilena del Libro, por su novela Juan del Agua; Premio Alerce
que lo entrega la Sociedad de Escritores de Chile, además de otros en universidades de este mismo país. De sus quince libros, seis son de poesía. Hay aquí un verbo sonoro: “Golondrina que aleteas bebiendo, 
en la copa azul del aire, dejadas letanías;
 ya no puedo alcanzarte porque tus alas
 crecen con la luz de los días..”. 
Hace varios años en casa de un escritor en Valparaíso repasábamos a los poetas y escritores que van quedando dentro de este laberinto nebuloso del silencio. Fue una sensación penosa, pero no por eso irremediable. A este autor lo leen personas que están por la búsqueda de los apartados y no de los que están de moda. Sensación similar a la que me ocurrió al suponer perdido este texto, un estupor, un miedo a no volver a ver o tocar lo que estaba a tu lado. Y creo que Luis Vulliamy es esto, el hijo de colono que vivió y sintió su entorno, que lo hizo suyo, y que aparece y aparecerá sobre las estufas, infausto, esperando su tiempo.



editor

miércoles, 31 de agosto de 2011

Poeta hizo que rechiflen versos de Neruda


Escribe Carlos Amador Marchant

Este poeta jugaba a la vida. Tenía el resplandor de las cosas que surgían de la inmediatez y al mismo tiempo la oscuridad más plana. Hablo en pasado, pero el hombre está vivo y recuerdo algunas de sus andanzas.
Desde joven fue apresurado, como si la vida se le fuera a escapar por las manos. Reía con nerviosidad y de repente desaparecía y no dejaba señales. Apareció por el norte de Chile y luego se hizo humo como los poetas que agarran vuelo y caen súbito, y saltan, y vuelan.
En los cafetines, en las cantinas, el mundo joven lo reclamaba. Como hablaba fuerte y retumbaba, se le lograba escuchar a grandes distancias. En las noches, a las tres de la mañana, en esas bohemias infatigables, dialogaba sin fin, como si los días y horas no existieran.
En mi propio deambular por el territorio nacional, le perdí la pista. Lo busqué por Quillota. Más tarde lo encontré, sorpresivo, en las calles de Valparaíso.
Leía mucho y la sapiencia se entreveraba con sus palabras ligeras.
Sin embargo, en medio de su escritura, idolatraba, amaba, sin darse cuenta, otras creaciones. Cuando hallaba algo genial, algún escrito que le calara el alma, lo repartía por todos los rincones. Era poco común escuchar a este poeta recitar sus propios poemas. Más bien los guardaba, los publicaba en  revistas, los comentaba en medio de oscuridades.
En la década del ochenta los universitarios le seguían la pista, compartían sus opiniones, sus arengas. Y, por cierto, resplandecía en todos los bares de moda intelectual. El nombre del filósofo griego Platón estaba de moda por esos años, y lo bautizaron como tal. Aún no entiendo por qué, o creo entenderlo, aunque siempre me pareció que el apelativo era muy alto.
 Lo concreto es que estudiantes de la época lo buscaban. Eran los bares sitios de preferencia. La cerveza que empezaba y no finalizaba hasta oscurecer el día. El poeta en cuestión tenía una costumbre particular. Cuando ya las copas estaban subidas en los riscos de la cordillera mental, pedía silencio a los veinte universitarios que lo rodeaban y desde el bolsillo de su camisa sacaba un papel. Frente al silencio de los jóvenes solicitaba mesura. Todos esperaban. Luego gatillaba: “Escucharán ustedes el mejor poema escrito en nuestra lengua”. Y remataba con voz estruendosa que hacía tiritar las paredes:…”Preguntaréis: Y dónde están las lilas? Y la metafísica cubierta de amapolas? Y la lluvia que a menudo golpeaba sus palabras….”
El extenso poema de Pablo Neruda, denominado “Explico algunas cosas”, escrito en la década del treinta del siglo pasado e inserto en su libro “España en el corazón”, era escuchado de comienzo a fin por los contertulios. Después de alargados aplausos, que tenían que ver, por cierto, con la efusividad del poeta, continuaba la tracamundana.
El extraño vate que a la sazón no tendría más de veintitrés años, se las ingeniaba para realizar este mismo show cada vez que se juntaban en los cafetines. Por la misma razón, el papel que sacaba desde el bolsillo de su camisa ya estaba ajado, mugroso y de muy mal aspecto.
Pero era una costumbre patentada. Los universitarios, los que lo seguían, sabían, tenían claro, y ya ni siquiera lo vaticinaban, que la lectura del famoso poema de Neruda iría de todas formas en cada ocasión que las cervezas subían los riscos y la voz se transformaba en trapo. En otras palabras, esto ya se había transformado en una cantinela, donde, por supuesto, la manada comenzaba a aburrirse y a preparar su retiro de esas canchas. Y no podía ser de otra forma, porque los atávicos bohemios juveniles, los más cercanos, hablaban de haber escuchado en más de cien ocasiones el mismo poema del Nobel, siempre a la misma hora en que comenzaba a oscurecer y cuando las copas subían como hormigas por el cuerpo.
Muchos siguieron acompañándolo porque les era simpático, bravucón exiguo. Sin embargo, cada vez que veían que levantaba el brazo para sacar desde el bolsillo de la camisa aquel papel que ya no estaba arrugado, sino que parecía un trapero de boliche de mala muerte, optaban por taparse las orejas para no volver a escuchar ese bellísimo poema nerudiano avasallado por la boca del poeta del norte. Es decir, ya todos conocían el famoso papelito, el arrugado, el cochino, el insomne.
Pasaron varias semanas, y una noche cualquiera, de ésas donde todo parece renacer, donde las luces se interponen nuevas y fantásticas, los morochos nortinos se vuelven a juntar con el poeta. A la hora acostumbrada, al momento de aparecer el vozarrón bizarro del  vate, tras levantar la mano de nuevo y buscar en su bolsillo el famosísimo papel carroñero, todos comenzaron a taparse las orejas. Sorpresa fue observar iluminando sus manos un flamante papel blanco, sin ni una arruga, y limpio como el amanecer del mundo. Entonces el cururo del desierto los miró a todos con picardía mientras la audiencia se destapaba las orejas. En ese momento los universitarios aseguraron que el mierda, que el guevón por fin leería un poema nuevo. Entonces el delgadísimo poeta abre el papel con galanura, se cruza de piernas y comienza a leer con euforia: “Preguntaréis: Y dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas? Y la lluvia que a menudo golpeaba sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros?. Os voy a contar todo lo que me pasa. Yo vivía en un barrio de Madrid, con campanas, con relojes, con árboles…….”
Nunca más volví a verlo, aunque “España en el corazón” me sigue taladrando los oídos.




editor

martes, 16 de agosto de 2011

¿Qué es esto de los años, Mario Ferrero?


Escribe Carlos Amador Marchant

Es que ya parece que nos quedamos solos, dijo alguien, aunque el viento sigue con fuerza lanzándonos mensajes desde el mar.
Al paso de los años, todos los seres, sin excepción, mastican soledad y les aterra. En los canales, en esos programas banales que propone la TV chilena, observo rostros de mujeres que a no más de veinte años eran jovencitas. Hoy, luchan con el cirujano plástico, para escapar de la vejez, la implacable, la tirana, la soberbia. ¿Qué es esto de los años?. ¿Qué es esto de las generaciones, de los que se van y los que comienzan a vivir?
La tecnología avanza, corre como las fieras. La ciencia se adueña de los espacios. Y las ciudades crecen igual que la vegetación en la selva. Y los cementerios crecen, para atrás, como un súbito golpe en la espalda.
La poeta chilena Alicia Galaz Vivar hizo un poema genial en la década del setenta: “La madre Rosa tiene un hijo Juan y ese hijo Juan tiene un hijo Pedro, entonces la abuela Rosa aconseja a su nieto Pedro que cuide de su padre Juan en los últimos días de su vejez. El hijo Pedro entierra a su padre Juan y cruza por la vida engendrando a Francisco, Inés, José, Mario y Jorge, que luego sepultan a su padre Pedro para todos ellos engendrar las Rosa, Los Juan, los Pedro, los Franciscos, las Inés, los José, los Mario y los Jorge, enterrando y engendrando ad aeternum.”
Hombres divididos en mil, eso somos. O bien, palabras en reciclaje. O bien, una voz que rebota en las montañas.
Los que nos juntábamos en los bares y hablábamos hasta altas horas de la noche, dejaremos esos espacios vacíos. Pero algo reconforta: queda la idea, la voz, el pensamiento. ¿Hasta cuándo?. Tampoco lo sabemos.
Mario Ferrero murió al finalizar agosto de 1994. Ese mismo día, curiosamente, había recibido el Premio de Literatura de la Municipalidad de San Fernando. ¿Quién fue Ferrero?. La respuesta es inmediata: un buen poeta, escritor, ensayista. Pero olvidado en el tiempo. Sin embargo, este autor no requiere de cirugías similares a las que hice alusión al comienzo de esta crónica, sino una voluntad de redescubrirle sus más de veinte libros publicados en vida. Tampoco se quedó solo, porque siempre buscaba la forma precisa de caminar, aunque los senderos se le hicieron escarpados.
Y como en esta vida siempre hay que buscar (receta exacta para no sucumbir frente a la soledad), a Mario Ferrero me lo he encontrado dos veces en circunstancias similares. La primera fue en la década del ochenta. Alguien me vendió, sorpresivamente, “Pablo de Rokha, Guerrillero de la poesía”, texto que me permitió conocer más de cerca al poeta de Licantén, sus viajes, sus conversaciones. Ferrero era su sombra, pero con una diferencia de estatura física bastante notable. Es probable que, al momento de leer este libro, las curvas de la existencia estaban trazadas (era época difícil, ahora en el 2011, de nuevo aparecen los mismos) y el inclemente sinsabor de la vida hacía deleitar la otra vida, la vivida antes de mis pasos.
Me parece haber conocido a Ferrero, a  quien se le agregan todos los títulos: ensayista, crítico, antólogo, historiador y un cuanto hay. Es que es así. Él fue todo esto y mucho más. Perseverante y conversador. Hombre de charlas y academias. Hombre de caminos y sacrificios. Hombre que estuvo en esta vida, que dio mucho, y sin embargo se fue con lo puesto.
Creo verlo junto a De Rokha en esa camioneta vieja repleta de libros, transitando por casi todas las carreteras de Chile, descansando y siguiendo caminos, dialogando con la gente. Ahora, revisando textos revueltos de mi biblioteca, se me aparece un libro de bolsillo, diminuto como un dedal, de color azul fuerte, y me pregunto ¿qué es esto?. Me encuentro de nuevo con Mario Ferrero. A este minúsculo texto editado por “Zona Azul”, recuerdo haberle dado una calendarización de lectura, pero fue quedando aislado y pasaron los años y se quedó escondido. Se trata de “Poesía y pintura” y fue lanzado el mismo mes y año del fallecimiento de Ferrero. El escritor y poeta Ramón Díaz Eterovic, en el prólogo expresa: “Escribo de ese Mario Ferrero que conozco y aprecio. Del poeta mayor al que se mira de lejos  y con respeto, y del escritor comprometido con esas  utopías que tropiezan pero no mueren”.
Aquí Ferrero une a los escritores con los pintores, unificación que se ha dado en el tiempo, que a veces parecía muerta y que no es así. Vemos circular en su poesía a Jerónimo Bosch, Pablo Picasso, Toulouse Lautrec, Marc Chagall, Roberto Matta, Van Gogh, Modigliani. Habla de las obras que él admiró, de los personajes, y las transforma en poesía.
Del surrealista Chagall, dice: “Venía del campo Chagall. Vestía una camisa de mariposas rotas, traía en un saco vacío su rostro de pájaro loco, sólo su rostro, porque su cabeza venía sellada en la encomienda de los tres dragones”. De Van Gogh, señala: “Fue un rayo vespertino, una trompeta de oro en el estío, la saeta fugaz que inventó la ternura…………..Nos reuníamos en los bares asesinos de octubre a jugar dominó, a beber cola fría, pernod, ajenjo, malacabi, esa infusión ardiente que nos borraba el alma y el olor a pintura.”
Ferrero tuvo varios premios en el transcurso de su vida, galardones importantísimos, pero ésta, unida a los cerca de veintisiete libros editados, no ha sido rescatada en su real dimensión. Al mismo tiempo, entre los años 1970 al 73, llegó a ser Jefe del Departamento de Cultura y Publicaciones del Ministerio de Educación.
Libro pequeñito, como señalé anteriormente, pero bien editado, con buen cartón, buenas coseduras, capaz de ser lanzado al suelo y pisoteado y se mantiene intacto. En el desorden de mi biblioteca, por ejemplo, se mantuvo por cerca de diecisiete años, y ahora apareció, brillante, sin rasguños.
Luchador incansable, Ferrero, por cierto, no puede quedar en el olvido. El súbito reencuentro con este libro me lo confirma.
La obra también expone un breve saludo del Premio Nacional de Arte, el pintor José Balmes: “Poetas y pintores han marchado en la historia muy a menudo de la mano. Mario nos conduce ahora de la mano de la poesía y nos invita a descubrir de otra manera los sueños alucinantes de la pintura “(1993).
Al comienzo de este escrito hablé de la soledad y de la vejez que aterran a muchos seres humanos. Mujeres, hombres incluso, que buscan a los cirujanos plásticos. Pero soy un convencido que ninguna de estas aseveraciones tienen que ver con Ferrero. Porque este autor, como lo fue en su vida, aletea porfía, da la impresión que sabe que no hay ni habrá vejez para su obra. Estamos hablando, entonces, de una etapa que tendrá que quedar enterrada en el tiempo. Porque Chile deberá tronchar actitudes mezquinas que se siguen repitiendo. Y ahora mismo me subo a la camioneta vieja que usaron Ferrero y De Rokha, para dar un paseo por el mundo “del no olvido”, hasta sacar la tierra que se ha atrincherado en mi garganta.


editor

martes, 2 de agosto de 2011

Aristóteles España; una rápida visión de vida y muerte



Escribe Carlos Amador Marchant

Se nos fue un día cualquiera como se fueron los trenes que circularon por el desierto. Y quedó ese panorama de piedras y peñascos más una soledad que retumba.
A Aristóteles España ya no lo veré más en las esquinas, mirando el entorno con esos ojos asustadizos.
Este fue el hombre que viajó por tantos países de América y de Europa. Conversando con un sin fin de escritores, dejando marcas blancas y negras en los espacios.
Lo tengo grabado en los pasillos del Consejo de la Cultura con sus ojos ya enfermos, muy enfermos. Pero también con la mirada del que lo ha tenido todo y al mismo tiempo, todo lo ha perdido. Aunque lo material no es tan trascendente llegada la muerte, sino lo que dejas, en el arte.
Poeta que estuvo aquí y allá, siempre hablando de cosas distintas. Dominador de temas políticos e intelectuales, siempre ganando premios en sus tiempos vitales. Y nunca se sabía dónde estaba, sólo aparecía, como fantasma, en lugares inimaginables.
Desde el 2000 hacia delante me llamaba por teléfono, averiguaba direcciones, perdía direcciones, se reconstruía
En 1999 lo encuentro en Valparaíso en un lanzamiento de libro. Me hablaba, me recordaba los inicios de la generación del 80 como si la estuviera viviendo. Y conocía, o decía conocer, a casi todos los poetas que surgieron en el norte de Chile. Ni hablar de los del sur. Reconocía todos los pormenores de mi crucifixión, hasta las mediciones del tronco donde me amarré, la hora, el día. Hablaba como un descontrolado y me permitía dar cuenta que era un tipo con una agilidad mental extraordinaria.
Le perdí la pista hasta el año 2002. Fue en una ocasión en que el también fallecido poeta Eduardo “pelao” Diaz, me invita a un mini encuentro de poesía junto a vendedores de libros, en Antofagasta. Ahí estuvo también el iquiqueño Juvenal Ayala, el Toño Kadima, entre otros. Pero nunca pensé reencontrarme de nuevo con España. Trabajaba en Chuquicamata. Apareció sorpresivo con dos diarios en las manos. Leía como en los tiempos en que no existía el Internet, buscaba las páginas culturales, gozaba leyendo. Aún conservaba la antigua costumbre de los que visitan los diarios, de los que buscan ser entrevistados: “Vamos a la TV de Antofagasta, ellos deben entrevistarnos, tú debes estar conmigo”. Yo, hacía tiempo, había perdido esas costumbres.
A mi regreso a Valparaíso, me va a despedir al terminal de buses de la ciudad. Un día antes, habíamos tenido una lectura de poesía en la Casa de la Cultura  del puerto nortino. Los antofagastinos, querendones de sus visitantes, quisieron en algún momento hacerlo suyo, que se quedara en esas tierras para siempre, que fuera recordado como un hijo ilustre, pero más tarde sucumbieron. Aristóteles en ese tiempo ya estaba mal de salud. Lo decían sus ojos, sus palabras. Él requería movilizarse, y no quiso dejar sus huesos en esos peladeros del desierto.
De nuevo le pierdo la pista. Pasan los años y lo hallo en Santiago de Chile. A unas cuadras de la Sociedad de Escritores. Dialogábamos entre amigos sobre cosas gremiales. Estaba un rato y se iba. Nadie sabía hacia dónde, qué rumbos tomaba. Tal vez lo sabían, pero guardaban silencio.
Aún mantenía la Pata de Liebre. Se manejaba en el tema editorial. Pero nunca más supe de él hasta sus constantes llamadas telefónicas. Venía a Valparaíso de sorpresa. Lo anunciaba. “Te espero en el Hotel para conversar, apúrate”, ametrallaba. Había que ir. Era insistente.
Dawson, la isla maldita lo persiguió toda la vida. Las torturas, la vida que nunca fue vida y que tuvo que vivir a los 17 años, una vez que es llevado a ese campo de concentración, caló hondo: “He aprendido a amar entre barrotes/rodeado de secretos, amenazas…”, dice él. El Premio nacional de Literatura y Premio Cervantes, Gonzalo Rojas, diría de este texto: “¿Entonces nadie va a decir que este libro es un gran libro?. ¿Qué en él no hay sectarismo ni consigna sino hombre: hombre intacto, entero?”.
Lo concreto es que este trabajo realizado en el fragor de la dictadura, siguió al autor no sólo por lo reseñado, sino por las marcas dejadas en un hombre maniatado hasta en su yo interno. Fueron cientos de comentarios hechos dentro y fuera de Chile. Era, fue, el preso político más joven de Dawson, de esta historia política y de la democracia férreamente golpeada hasta nuestros días. España no pudo salir de esto. Creo que Chile también vive traumado, porque se sigue gobernando con los amarres dictatoriales.
Más de una decena de libros escribió Aristóteles España. Su exilio lo vivió en Argentina. Pero estuvo en varios países caminando y dialogando, pernoctando, tratando de vivir. No es casual que tras su muerte, decenas de medios de comunicación hablaran de esta pérdida, fuera y dentro de nuestro territorio.
Tengo la impresión que hay poetas que nacen y viven, pero escupen los misterios y cánones que nos  otorga la vida. Recuerdo, en entrevista realizada a Efraín Barquero, haberme narrado las penurias pasadas con Jorge Teillier. El caso de España fue casi similar, aunque el primero murió a los 61 y el segundo a los 56 años. Pero no es tema de comentar.
El 2007 fue el año en que me lo vuelvo a encontrar. Estaba trabajando en el Consejo de la Cultura en Valparaíso. Yo ingresé al mismo servicio un año después y fui despedido apenas asume el Presidente Sebastián Piñera. España se sintió dolido. Los golpes en el alma se repetían. La dictadura de nuevo llegaba, disfrazada de democracia.
Con él nos íbamos a la hora de colación a cualquier parte, cerca de la Plaza Echaurren. Incluso, a veces, terminábamos comiendo algo frente a las olas del puerto. Ahí dialogábamos sobre la muerte y sobre la vida. Pero él ya estaba muy delicado de salud. Me había anunciado en varias oportunidades que creía le quedaba poco de vida.
No tengo en mi poder todos los textos editados por España, pero los que poseo llevan su dedicatoria, con su letra nerviosa por todos los momentos de vida.
El otro Premio Nacional de Literatura, Armando Uribe Arce, dice sobre el libro “La Entera Noche Llena”: “Es un libro notable, original y saliente en ésta que me atrevo a llamar: escuela chilena de poesía en castellano”. España en esta misma obra grafica: “Es el tiempo de los espejos que caminan,/de los señores feudales y los perros feudales,/ el tiempo de la miseria individualista;  /es el tiempo de las utopías escondidas en el armario,/de los objetos laicos sin pintura,/de calendarios que tienen color negro…”
Estuve en su despedida y no me fui de la iglesia hasta que el carro mortuorio lo llevó desde Valparaíso hasta Santiago, para luego, vía aérea, ser conducido hasta Punta Arenas.
En ese lapso revisé su letra, su dedicatoria, en uno de sus textos. Me dice con su puño nervioso: “Para mi amigo, estos poemas para mirar.”  Y me pregunté: ¿Mirar hacia dónde?.


editor

martes, 26 de julio de 2011

Los pelagallos del mundo y las trancas y complejos del ser humano


Escribe Carlos Amador Marchant

Llegaré atrasado a la cita esta mañana porque cortaron la luz y el agua en el vecindario.
Todo fue sorpresivo. No hubo aviso. Las empresas del rubro estaban haciendo reparaciones.
Con este problema que parece simple, comprendí la masacre que se produce sin estos suministros. Primero, la gente no pudo ducharse antes de salir al trabajo. Segundo, no logró planchar su ropa. En consecuencia,  frente a estas dos visiones, observé salir de sus casas a hombres y mujeres hirsutos, con faldas y pantalones arrugados. Pero hay algo peor; nadie pudo tomar desayuno y vi sus bocas amoratadas. El corte de estos elementos vitales se extendió por veinticuatro horas. Entonces el panorama se tornó escalofriante. Los refrigeradores empezaron a descongelarse y el excremento en los servicios higiénicos hizo nata.
La imagen, de una casa después de estos desastres, es asfixiante. Se percibe un desorden atroz; parece que hasta las cortinas se achurrascaran. Parece que los pelos del gato se apretujaran con más fuerza a la alfombra. El patio adopta de inmediato una cara de pereza, y abruma un silencio sinónimo de desolación, de abandono.
Nadie pudo juntar agua en botellas o en tachos. Se desconectaron el televisor, el radio, el Internet. Los celulares hicieron crisis en el momento de agotársele las baterías. A las cinco de la tarde, las vecinas con sus platos y ollas sucias, salieron a clamar el padrenuestro. Todo fue silencio y abandono, la ciénaga y el extravío de resoluciones. La única alternativa fue tirarse a la cama a morir un rato, hasta que las aves y los pajarillos cantasen de nuevo, anunciando el renacimiento de todo.
Si en las ciudades, situaciones como éstas son catastróficas, me pregunto cómo pude vivir cuatro años en la cordillera de la Décima Región de Chile, a punta de vela.  Cómo pude vivir a diez grados bajo cero y sin agua potable, sin radio, sin teléfono. Eran, por cierto, circunstancias distintas. Estaba en una especie de refugio en esa etapa negra de mi país.
De ese tiempo rescato a alguien. Un individuo de sesenta años, con apariencia de “hombre bien”. Trabajaba en la administración de la empresa de caminos. Ignoro cómo llegó a esos lugares apartados. Al paso de los años sólo me quedó su nombre: “Don Reynaldo”. Aquel ser de canas y de presencia burguesa, cuando dejó de laborar y se aprestaba a reencontrarse con la civilización, se acercó y me obsequió un libro pequeño y anchuroso, de hojas delgadísimas, con obras completas de Anatole France. Las creaciones del Nobel las fui devorando en noches de velas. Era el eterno buscador de verdades, el hombre que anhelaba tronchar lo que estipulaba la vida y la historia. “Las siete mujeres de Barba Azul”, en medio de sombras, calaron hondo en los hálitos fríos de la escarcha nocturna.
Lo concreto es que en la actualidad  el corte de suministro eléctrico y de agua, provocan caos. Y la impotencia se apodera, a latigazos, en todos los mortales..
Sin embargo, y en términos generales, hay trancas y complejos en los seres humanos.  Junto con la vergüenza de salir a la calle lavándose “a lo gato”, se unen obstáculos de personalidad en cosas, a veces, insignificantes.
Cómo no recordar, por ejemplo, esos pueblos diminutos denominados “infierno grande”. Aquéllos donde proliferan los que quieren sentirse de alta alcurnia y que a la larga no son más que pelagatos. En mi etapa de pubertad, pequeños rufianes querían vestirse con ropajes de marcas. Como a los progenitores no les alcanzaba el dinero, buscaban fórmulas para conseguir atuendos diferentes. Muchos de éstos eran regalados por familiares cercanos, pero ellos, frente a sus amigos, los hacían pasar como prendas adquiridas en casas comerciales inaccesibles.
Los pelagallos inventaban historias diversas, rubricaban los atuendos. Mientras más cercanos a sonidos ingleses, norteamericanos o franceses, más preciada era la ropa. Y estos rufianes tempraneros, además, se las ingeniaban para sentirse galanes en reuniones sociales. Eran pobres y les faltaba todo, pero se erigían como cactus del desierto. Mentían, planchaban sus corbatas, cocían calcetines horrorosamente rotos, los calzoncillos con agujeros demenciales. Porque al día siguiente tenían que exponerse impecables, con la imagen viva de los que lo tienen todo. Lo cierto es que nada tenían, eran pobres y apestosos como ratas de alcantarillas y sementales de poca monta.
A partir de esta imagen escenifico el pilar de esta crónica. A partir de acá nacen pensamientos férreos de trancas, frustraciones y complejos del ser humano. Otrora más que hoy.
A los rufianes aludidos anteriormente no les gustaba rodearse de jóvenes feos. A todos los acomplejaban con invenciones irredimibles. Hubo un petizo moreno que tenía un problema irreversible: poseía mal aliento. Él lo sabía y, por esta razón, cada vez que erigía una sílaba al aire, se tapaba la boca con una mano. Para colmo, y aunque esto no es sinónimo de exclusión, era feísimo. Los carroñeros que se creían magnates de la belleza, hicieron lo indecible para sacarlo del grupo. Como esto no era posible, idearon una palabra que en la zona norte de mi patria es veneno poderoso. Le gritaron: “indio concha de tu madre”. Este fue el detonante para que el débil infante se escabullera en las tinieblas. Nunca más se le vio por el barrio. Porque el garabato en cuestión ha traspasado generaciones y décadas como la ofensa más conspicua. Hoy en día se le ha quitado sílabas y parece aun más filudo. Ahora gritan a mansalva: “¡conchatumare!”. Y parece un golpe en el mentón, siniestro.
Pero en cuestiones de trancas y complejos el asunto va más allá. Uno de los líderes de este grupito, quien odiaba ser reducido al escalafón de pobre, sufrió un día la humillación merecida. Recuerdo haberlo acompañado, junto a una de sus hermanas mayores, a la tienda de calzados. Lo hicieron sentar en un sillón donde los compradores tienen la opción de medir y elegir los zapatos. Escuché, entre cuchicheos,  que él le decía algo a ella. En Chile, valga la explicación,  a los calcetines rotos por donde se deja ver un pedazo de carne, se le llama “papa”. El nombre del tubérculo se hizo famoso antaño y hasta estos días es casi igual, principalmente si esta “papa” se deja ver en la parte del talón. Precisamente el muchacho le habría dicho a su hermana mayor que no quería sacarse los zapatos por temor a sentirse observado con sus calcetines rotos. Sin embargo, ella insistió. Y fue tal la insistencia frente al vendedor, que el joven no tuvo más alternativa que acceder. Esta experiencia de la calceta rota, tiene la facultad de humillar al afectado, pero además a los que están cercanos a él. Y así ocurrió. Al sacarse el zapato y quedar con los calcetines al aire, no atinó a mirarse el pie, sino los rostros de su hermana y la del vendedor. Ambos estaban enrojecidos, y una vez que bajó la mirada, entendió que mostraba fenomenal “papa”. Su rostro se tornó doblemente rojo, y ese día comprendió, definitivamente, tras esta humillación, que no era bueno jactarse de “niño bien” en esa pobreza atroz donde se aporreaba.
En asuntos de vestimentas siguen viviendo y aferrándose  los complejos y las trancas, al igual como existen el aire y el agua. Todo quien se jacte de pertenecer a alguna clase social cae en  el desconcierto de sentirse humillado por el que está a su lado. La escena puede traducirse en llevar un atuendo menos lujoso, o bien mostrar la misma chaqueta que usó por tres semanas consecutivas. Ni hablar si alguien sale a lucirse con los tacones gastados como escalera. Menos si a algún eunuco se le ocurre sentarse en el living, de una reunión social, con las piernas cruzadas mostrando feroz agujero en la suela del zapato. Pero hay asuntos traducidos en trancas que suelen ser mayores. Por ejemplo, un hombre o una mujer de rostros agradables y hermosos, que a la hora de reír o de vociferar, muestran sus bocas con uno o dos dientes menos.
Me tocó vivir una experiencia hace más de veinte años con un destacado dirigente político ya entrado en vejez. De gran oratoria, en pleno tiempo de la clandestinidad en la década del 80, a este hombre le corresponde hacer una gran alocución. Fue tanta la efusividad, tanta la garra, tanta la fiereza y pasión de sus palabras, que en un momento inesperado y justo cuando edificaba tenazmente la frase: ¡Todos a trabajar por Chile, carajo!, se le cae la placa dental sobre la mesa. En ese momento todos se miraron, y el silencio que se produjo fue el silencio que nunca más he sentido en mi vida. Nadie quiso mirarse al rostro; todos observaban el suelo. No sé en qué momento el pobre hombre, el gran dirigente, salió de la sala. Sólo traigo a la mente el instante en que voy caminando por la calle con un amigo. Ninguno de los dos hablábamos, hasta que él rompió el silencio y dijo en tono desolador: “Fea escena, compañero. ¿verdad?”. No contesté y me perdí rápidamente por las avenidas. El uruguayo Mario Benedetti dice: ..”luego cuando muchachos/los viejos eran gente de cuarenta/un estanque era océano/la muerte solamente/una palabra…..”.
Los seres humanos se debaten en engreimientos. Es común ver a hombres y mujeres circular por el centro de la ciudad mirándose la facha en vidrieras de casas comerciales. Cada uno, hasta el más feo, cree en su belleza fabricada.
Hay negros que en pleno siglo 21, los más estúpidos, quieren esclarecerse el rostro para alcanzar la similitud de un blanco. No pensé que a estas alturas de calentamiento global y un planeta en estado de S.O.S. siguieran prevaleciendo estas atrofias. Lo vi en un programa televisivo de una famosa conductora latinoamericana. Lo que no saben esos ingenuos, es que hay miles de mujeres jóvenes que darían su vida por tener el rostro moreno, para ser más atractivas a los machos.
Entre tanta bagatela y pensamientos difusos, a la hora de la muerte, en el momento en que el cuerpo está dentro de un cajón, nos damos cuenta que las trancas y complejos son absurdeces, al igual que la valía del dinero en una isla desierta.
Pero lo cierto es que cuando cortan el suministro de agua y luz se alborota el vecindario. Nada se puede hacer sin estos elementos. Menos salir a la calle lavándose “a lo gato” y apestar a las cinco de la tarde como un basural enquistado en las afueras de la urbe. 


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Comentarios selectos sobre el material de este blog.

Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

Estadística del material leído durante la semana.