miércoles, 28 de noviembre de 2012

EL DIFUNTO DE ROKHA SE LEVANTA





Escribe Carlos Amador Marchant


Hasta hoy he escrito tres veces sobre Pablo de Rokha. Y, por cierto, lo puedo seguir haciendo a medida que vaya descubriendo más imágenes de su personalidad desbordante.
La primera fue en la década del 80 en la Revista “Extramuros”; en la segunda, ya en el siglo 21, explico lo que me dio esta crónica en Santiago de Chile, una suerte de vendimia, casi al estilo de su vida, a propósito de vender libros para poder subsistir.
Ahora lo hago a raíz de un libro pequeño que cayó a mis manos. En realidad fue un obsequio, de ésos que hay que agradecer de por vida.
Magullado texto que hay que cuidar porque está herido, con sus tapas averiadas. Fue editado en 1927 por la imprenta Universo, que estuvo ubicada en la calle Ahumada 32, en Santiago de Chile. De las cosas que se acostumbraban en la época, me sorprende la señalización del valor del libro en la parte trasera: “Cinco Pesos”.
Esta es una publicación extraordinaria por su subsistencia, la que sorteó diferentes épocas, acontecimientos en el mundo, guerras, pensamientos universales, fenómenos naturales, destrucción, iras, gobiernos, hasta caer en mis manos.
De Rokha, nuestro legendario Carlos Díaz Loyola, Premio Nacional de Literatura en 1965, otorgado tres años antes de morir, escruta aquí diversos temas de vida, de sociedad, y critica al mismo tiempo, los tópicos del hombre, sus costumbres más acérrimas, en la forma que lo sabía hacer él, con ese vocablo flamígero que lo identificaba.
Me sorprende, por otro lado, que esta publicación que restauraré (porque la carátula ya se cae) aún conserva su letra manuscrita al paso de 82 años, y dedicada a un amigo común en Valparaíso, fechada, además, a puño, en 1929.
Es decir, poseo suerte de tener al poeta chileno, al que recorrió barrios y pueblos del campo, vendiendo y dialogando, precisamente, en mi casa.
Pensar sobre esta reliquia es pensar en diverso. Claro, por ejemplo, imagino el momento en que este texto fue editado, impecable, con la fuerza del poeta dedicando ¿en la tarde, o en la mañana? autografiando este libro. Lo veo caminando, gesticulando, soñando,  porque en ese tiempo, tan sólo tenía treinta y cuatro años. De igual forma, este escrito denominado “Heroísmo sin alegría”, fue desarrollado un lustro después del siempre comentado “Los Gemidos” y a once de haberse casado con la poeta Luisa Anderson, la que sería su inmortal y amada Winett de Rokha, quien le daría ocho hijos, dos de los cuales no lograrían sobrevivir a la miseria.
Este es el libro donde Pablo de Rokha se entrega a su yo de brazos abiertos: “Me crié comiendo pobreza, pero pobreza arreglada que es la pobreza más pobreza de todas las pobrezas”. Más adelante dice: “Requerían al abogado, al sacerdote, al ingeniero, al Ministro,..¡la ingenua prosopopeya! …, requerían al hombre brillante que viniese a alegrar, a compensar, a agrandar su actitud penosa y sudada de compadrazgos tristes, de burgueses tristes, de empleillos tristes, encallecidos y amarillentos, con fuerza, pero con fuerza corrompida por sentimentalismos desmedidos, desteñidos, arruinados sin grandeza, |requerían un idiota decorativo y yo les aporté un poeta desorbitado”.
 También incursiona rigurosamente en la estética, con un breve ensayo donde se estampan  pensamientos respecto a la creación. Sin embargo, hay otros temas que aborda con fiereza, con la lucidez que tenía y que en algún momento tendía a confundirnos. Al poeta le gusta la vida discreta, pero al mismo tiempo apresurada. ¿Fue contradictorio?. Por cierto, y él lo reconoce, como reconoce la fragilidad del hombre frente al mundo, las incapacidades para poder discernir algunas cosas, o la subjetividad que llevamos como carga entre las circunstancias de vida: “Estimo a la mujer digna del hombre, del hombre que es, habitualmente, un gran idiota. Soy demasiado inteligente para enamorarme más de una vez”.
Lo trataba de decir todo en un segundo, como si el mundo se le escapara, como si la vida se le fuera de la noche al día. Temido y temerario, es posible que en su existencia haya sido una de tantas personas traicionadas por la vida que siempre tuvo en frente. Odió la hipocresía, la trató como, tal vez, el único vicio más vil que acarrea el hombre.
A De Rokha, siempre lo persiguió el fulano que quería agarrarlo todo. Pero también maldijo al que mentía sobre su propio yo: “¡Cómo odio al fanfarrón que se cree un hombre porque pega la patada tan fuerte y más fuerte que el burro; qué bestia tan grosera es; yo echo mano al revólver cuando lo veo hiriendo, escupiendo, ofendiendo el mesón de las tabernas!..”.
Hablar de este poeta y sus dichos podría llenar páginas y más páginas. Hay algo que no puedo dejar escapar, sin embargo, porque cobra actualidad en todos los tiempos. Y esto tiene que ver con quienes gobiernan los países. ¿Cómo gobiernan, por qué gobiernan, quiénes les dan tal poder que luego usufructúan?:  “El gobernante me parece ¿siempre? Un resultado irremediable y apaleable. ¿Quién le dio el gobierno?. El pueblo. ¿El pueblo?. Y ¿cómo puede el pueblo dar, otorgar lo que no tiene?. Así se generan los estados republicanos: por el palo blanco y el Judas que vende la AUTORIDAD, que no posee; así se generan los estados republicanos. De la suma abstracta de los ciudadanos sin poder, emana el poder, todo el poder, de la suma abstracta de nada con nada emana el poder, el poder, todo el poder…”
Pero de éstas y cientos y cientos de expresiones del poeta , ¿a quién prefiere?. ¿cuál es su preferencia?: “Prefiero al jodido y al deschavetado y al aventurero, al descentrado, al vagabundo, al arbitrario y lo coloco arriba, muy arriba del animal civil con panza alegre o doliente”.
Este es el libro que cayó a mis manos. Libro viejo, antiquísimo, con su imagen de difunto a punto de entrar en el pudridero. Con la letra del poeta que cobra vida, que se levanta, que camina, que quiere de nuevo deambular por estas tablas. Por cierto no encontró algo mejor que entrar a mi casa para que yo se lo permitiera, para que le diga de nuevo al mundo sus concepciones, porque a fin de cuentas, como bien lo expresa él: “Uno se agacha para nacer y se agranda para morir, y es enorme el tamaño de los difuntos”.


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viernes, 12 de octubre de 2012

RECOLECTORES DE BASURAS EN EL PUERTO





Escribe Carlos Amador Marchant



A mi llegada al puerto de Valparaíso (1995) sorprendió su forma de vida, sus costumbres. Y hay algo que no puedo dejar en el olvido de la mañana a la noche: el accionar de los recolectores de basuras.
La verdad, no hay nada extraordinario en ciudades planas. La diferencia con esto lo ejerce precisamente este puerto con sus escaleras y pendientes que han sido retratadas en cientos de ocasiones por pintores, acuarelistas y escritores, al paso de siglos.
Como muchas personas dedicadas a la escritura, he vivido en esta ciudad en sitios diversos. Aquí he conocido gente de diferentes estatus, con vocablos e ideas distintas, con el aletear de vuelos distantes.
Sin embargo, después de haber leído un texto hasta altas horas de la amanecida, siempre fui despertado por  gritos de recolectores de basuras, con sus inmensos camiones. Son diferentes voces, algunas muy nasales, otras graves, con risotadas al brote: ¡¡Aseo!!. gritan.
De ahí hacia adelante no se puede volver a la cama. Es decir, parece que con este rugir comenzara el día sin que nadie te diga lo contrario.
 La basura, y más aun, los vertederos, son como la muerte del hombre. La muerte crucificada Me palpan las manos estos versos del norteamericano Allen Ginsberg: “Millones de hijas caminan sobre el barro/Millones de niños se bañan en la inundación/Un millón de muchachas vomitan y gimen/Millones de familias sin esperanza, solas.”
Muy jovencito, en el norte de Chile, en período de vacaciones liceanas, trabajé de obrero en una industria eléctrica. La labor era (entre muchas otras), dos veces a la semana, acompañar a un camión tolva repleto de basura para ser depositada en un vertedero en las afueras del lado norte de Iquique. Mi impresión al llegar a ese lugar siempre fue de destrucción, de muerte eterna o de fosa común, del mundo encuclillado en su inmundicia disfrazada. Era tanta la cantidad de moscas en ese sitio, que caminar por aquellos cerros de escombros, se hacía insoportable. La hediondez y la humareda, las bacterias entrando y bailando por tu estructura. Nada ahí era pureza. Lo comprobaba al regresar a la ciudad, con los ropajes impregnados a esa fetidez penetrante.
Los recolectores de basuras en Valparaíso son diestros en la materia. Pero no sólo por saber trabajar en estos escenarios de podredumbre, sino por la conformación de la ciudad. Ellos van gritando casa por casa: ¡¡Aseo!!, haciéndose espacios entre los cerros, entre las quebradas, y luego subiendo el material en unas especies de lonetas que  transforman en grandes sacos. Los camiones los esperan más arriba, en lugares planos, donde los hombres, sudorosos, deben llegar con esos cargamentos.
Desde la distancia se ven como hormigas recorriendo árboles. Bajan y suben escaleras, calles, y beben la mierda y el vino de los días.
Las cifras dicen que en fiestas patrias, en los días de estas festividades, los recolectores alcanzan a retirar más de doscientas toneladas de escombros. El año pasado, al finalizar el 2011, se acumularon doscientos cincuenta toneladas de basura. Es decir, se trata de un trabajo agotador y minucioso.
Por esta razón, cuando ellos pasan alrededor de mi barrio, van dejando la estela de días agrios. Pero siempre ríen y gritan. Cuando suben cerros te miran desde lejos, lanzan bromas, saludan, cantan.
La contraposición entre vida y escombros se acentúa. Los ropajes sucios y sudorosos se enfrentan entre días de sol y de lluvia.
En Valparaíso, los recolectores de basuras golpean puertas en los cerros. Tratan de despertar al que no dejó sus miserias en la calle. Algunos salen corriendo, apresurados, con  bolsas en manos. Parecen temer la mirada labriega del basurero.
Aunque parecen gatos o roedores al acecho, estos valiosos hombres regresan a sus casas también.
Los he observado bajo la torrencial lluvia del puerto. No se ven debajo de aquellos trajes amarillos. Y las calles le abren paso con sus aguas corriendo como ríos.
Los recolectores de basuras me recuerdan a un tiempo en que la niñez te embadurna las piernas. Y hasta veo mis zapatos manchados con desechos, con fetidez a perros sarnosos. Me recuerdan el momento en que nos llamaban al baño nocturno, cuando las madres  sacaban todo el trajín de podredumbre. Y ellos hacen lo mismo al llegar la noche. Regresan a sus casas, cansados y tristes, a eliminar por un momento, todo el llanto del mundo.




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viernes, 27 de julio de 2012

Una mirada a los históricos Edificios Colectivos del arquitecto Kulczewski.





  

 Imágenes: 1.- Luciano Kulczewski García
                 2.-En 1894, adquirida por Juana Ross, se levanta la primera Población Obrera en Valparaíso. En la actualidad, aquella construcción centenaria, fue restaurada. 
                 3.-Imagen de los eternos Colectivos de Kulczewski (construidos en 1939) que se mantienen intactos al paso del tiempo. 


Escribe Carlos Amador Marchant



No puedo dejar de recordar aquellos edificios de cemento duro, los que fueron levantados para “reírse” de terremotos, los que hoy por hoy, más allá del alejamiento de la modernidad, se mantienen intactos.
Curiosamente los bautizaron con el nombre de “Colectivos”. Es posible que para mis lectores este nombre sea insignificante y, sin embargo, cuando retrato mi niñez en estos “colosos” de escasos cinco pisos, con sinuosas subidas especie “caracoles”, y que, al mismo tiempo, sólo fueron construidos en cuatro ciudades del norte de Chile (Arica, Iquique, Tocopilla, Antofagasta, es decir, en el desierto), cobran la validez de la historia. O sea, no hay más, en ninguna parte, en ningún lado, de nuestro largo y accidentado territorio.
Abandonados de la escritura, ahora (“Justicia Divina”, como dijo un periodista deportivo chileno) en el siglo 21 por fin dedican libros a estos verdaderos monumentos.
¿Cómo surge esta idea de levantarlos?. Sin duda, para contestar a esta interrogante, tendríamos que situarnos en la creación de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio, que, a la larga, emerge tras el penoso escenario de los años 20 del siglo pasado. Aquí estaba en el tapete esta mal llamada “cuestión social” (suena hasta despectivo), entre esos convulsionados momentos políticos de entonces.
Años después de mi nacimiento (1955), mi padre, en Iquique, ya arrendaba un pequeño departamento entre las calles O´Higgins con Patricio Lynch, muy cerca de las olas del Océano Pacífico. Eran, tal vez, los edificios que llamaban más la atención de la época. No sólo por su aspecto distinto al de las demás edificaciones, sino por la dureza de su cemento. Entre esos pasillos me desplacé hasta cumplir los quince años.
Lo real es que la mayoría de los edificios levantados en las restantes ciudades del norte eran de tres bloques (en forma de U): pero en Iquique solamente fueron dos. La tercera parte, donde correspondería el último (ignoro por qué no se levantó), la ocuparon los carabineros con su Primera Comisaría, construcción anchurosa y de lata, lugar donde a diario los vecinos sentían ruidos y gritos de presos, ebrios y un cuanto hay de la vida delictual. Más tarde, bordeando el año 70, la mayoría (no todos) lograron ser propietarios de esos departamentos muy cercanos al mar, donde incluso se escuchaban las olas nocturnas.
Estoy hablando de edificios levantados para obreros, en los años en que ya se comenzaba a dialogar sobre las precarias construcciones para éstos. De alguna manera ciertos logros sociales comenzaban a visualizarse. La capitalización de los ahorros de los propios trabajadores daba la posibilidad de pensar en cosas mejores, aunque a la larga, los dueños de este país, siempre se salieron con las suyas en cuanto a retener los avances centrados en esta mira.
Me agrada la idea de unir en esta crónica recuerdos de niñez y la forma en que estos edificios fueron construidos. Y para lograr el cometido, no me queda otra alternativa que verme correr por esos pasillos, tocar sus fierros, oler sus puertas. Por el otro, imaginar a los trabajadores de la época estremecer sus músculos sobre estos colosos. La historia, además, dice que por los años (1939 hacia adelante) en que levantaron estas reliquias, escaseaba el agua. Por lo tanto, el drama de no perjudicar a la población y el regadío de algunos oasis cercanos, se transformó en un largo anecdotario. En Arica, por dar una imagen de este sacrificio, las edificaciones se ejecutaron sobre un legendario cementerio inglés, e incluso, mientras se realizaban los trabajos, más allá del penoso traslado de huesos, se siguieron encontrando osamentas.
Los famosos Colectivos en Iquique se encontraban (sobre todo el de la calle Patricio Lynch) frente a la Intendencia Regional (hoy Palacio Astoreca). Por este motivo, al cumplir mis catorce años, tuve la ocasión de ver muy de cerca diversas autoridades mundiales, incluido Fidel Castro, en sus tiempos mozos.
El arquitecto chileno de origen polaco, Luciano Kulczewski García, fue quien lideró las obras de los Colectivos en el norte de Chile  Si bien Kulczewski, desde muy joven dio a conocer su amor por la arquitectura, fue en 1938, luego de comandar la campaña presidencial de Pedro Aguirre Cerda, el momento en que surge la “gran idea”. Una vez que el maestro de escuela se instala como Presidente de la República, Kulczewski es nombrado administrador de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio.
El arquitecto (nacido en Temuco en 1896), desde muy joven, dio a conocer sus habilidades, incluso desde los tiempos de estudiante universitario. Podemos observarlo en la historia, recibiendo medallas de distinción en los salones del Museo de Bellas Artes de Chile. Incluso la construcción de una primera casa cuando sólo tenía veinte años, en la calle Agustinas de Santiago (su número es el 1854). Lo cierto es que en la obra de Kulczewski, se ven los rasgos y las influencias neogóticas, art Nouveau y el acercamiento a los movimientos modernos.
Muchos trabajos importantes tiene este gran arquitecto, pero estamos hablando de los Colectivos, de la genialidad en su construcción, de lo que sigue quedando sin deterioros en el tiempo.
Me atrevo a decir que en la búsqueda del bienestar para la clase obrera, en ese tiempo se estaba pensando (adelantado) en un futuro distinto y que pudo haber sido bello. ¿Por qué no aspirar a que los trabajadores tengan bienestar, si ellos ponen todo el esfuerzo en el levantamiento de una nación?. Estamos hablando, repito, de la primera mitad del siglo 20.
Como yo viví en esos edificios, puedo decir con certeza que fueron levantados pensando en todo, en pequeñas o numerosas familias, en escalafones, incluso. Los pisos se diseñaron para diez departamentos, algunos muy pequeños, otros medianos y los que estaban al medio, es decir cerca de un basurero común, eran más grandes. Tenían, éstos últimos, dos dormitorios, cocina, baño, sala comedor y un balcón que permitía tender ropas y hasta instalar maceteros con plantas. Además, en la parte exterior, instalaron un espacio para el gas de la época, cosa elegante, porque en ese tiempo casi todos usaban cocina a parafina. Es decir, acá el asunto fue pensado para un mejor trato social hacia la clase trabajadora.
En Valparaíso, antes de la Guerra del Pacífico (1870), la Liga Masónica levantó un edificio que albergó a mutuales obreras. Esta misma construcción fue más tarde, en 1894, adquirida por Juana Ross, benefactora de alta sociedad, que después la convierte en la primera Población Obrera, en el Cerro Cordillera. Este reducto albergó por más de un siglo a una treintena de familias y sus débiles materiales colapsan en 1998, momento en que sus moradores comienzan a estudiar posibilidades de una reconstrucción. Después del 2006 hasta estos días se logra la recuperación de este inmueble, que estaba por derrumbarse en su interior, dando una pésima imagen de vida y donde sus habitantes alcanzaron a vivir en peligros constantes de desmoronamientos de paredes.
Si bien es cierto estos dos escenarios grafican los intentos por dar una mejor  vida a la clase trabajadora, o por lo menos a una ínfima parte de ella, me quedo con la imagen de los Colectivos y su ideólogo, por la fortaleza de su estructura y porque para la época en que fueron diseñados, representó la vanguardia de las aspiraciones para un posible cambio social en nuestro país.
Sin embargo, nada de esto se pudo concretar. De más está decir que al paso de los años, con distintos escenarios políticos, la población siguió viviendo repartida en casas miserables y campamentos por doquier.
Pero los Colectivos de Kulczewski continúan intactos. Ahí ya no vive la clase trabajadora a la que fue dirigida. Ahora hay otros moradores, incluso en algunas de estas ciudades los departamentos son ocupados por oficinas diversas. Son pocos los descendientes de antaño. Muchos tuvieron que emigrar. Muchos tuvieron que vender asfixiados por la escasez de trabajo.
Pero estas verdaderas reliquias están intactas en sus cementos. Y todo quedó como un mero recuerdo de proyecto visionario, de maqueta utópica. Y aunque los que soñaron con esto ya están muertos, los colosos continúan parados sobre la tierra del desierto chileno, tal vez como esperando retroceder o comenzar una nueva era.


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miércoles, 4 de julio de 2012




EL DÍA EN QUE PENSASTE TRASLADAR TUS PROPIOS LIBROS
Escribe Carlos Amador Marchant



Después de más de un siglo en cuclillas (me parece) vengo recién a reencontrarme con el lápiz que dejé detenido sobre el escritorio de la casa. Hace una semana había comenzado a restaurar casi todos los rincones. Es decir, vi libros arrumbados, diseminados, la imagen más viva de una pequeña masacre.
Ahí estaban: Wilde, Tagore, Kafka, Rousseau, Voltaire, Homero, Defoe, en el más completo desorden generacional y de épocas. Poetas y escritores chilenos, latinoamericanos, europeos, en fin.
Entendí en ese momento que las cosas no son tan sencillas como suelen programarse, que los esquemas para readaptar una sala de estudios requiere de la más delicada organización.
Las cajas de cartón, las famosas cajas de cartón, aquéllas que debes conseguir en los grandes supermercados, tienen que llevar diminutas anotaciones, pulcras anotaciones que en algún momento te señalen lo que pusiste adentro.
Entonces requieres de varias fórmulas para salir del paso. Primero, alejarte de por vida de la pereza, entender que cada segundo que pasa son los intestinos que se alimentarán de esa nube negra que significa el traslado de libros.
Todo este cuento de restaurar una sala, me trae el tiempo en que trabajé en una biblioteca universitaria. Por allá, por los ochenta, esas universidades se fusionaban en el norte de Chile y daban paso a una sola Casa de Estudios. Entonces el traslado de textos de un campus a otro, las toneladas de libros, daban paso al caos entre cajones y camiones. Llevar cada una de estas mentes transformadas en papeles, el hacinamiento, la idea de no perder el orden de cada minúsculo trofeo, las clasificaciones, el sudor de tardes y noches enteras. Vi deambular a los grandes pensadores, filósofos, matemáticos, científicos, escritores, poetas, dramaturgos. Los vi caminar descalzos, trasladándose por escaleras interminables, hacinados en cajas de cartón, sacando la lengua entre las hojas carcomidas. Y el problema no era sólo trasladarlos, sino dónde ubicarlos. Meses enteros lo pasamos en estos ajetreos, donde no sabíamos el destino final de estas reliquias.
Me tocó participar, posteriormente, en el ordenamiento de una biblioteca de historia, con una sola profesional autorizada para leer los textos. Sin duda, no se puede catalogar un libro si no se han leído, por lo menos, sus primeras cincuenta páginas. La sala estaba atestada. Eran cientos y miles de ellos. La mitad de sala, correspondiente a donaciones diversas, mantenía una cantidad impresionante de volúmenes sin registros, donde cualquier amante de la lectura, pasándose de pillo, se los podía llevar a casa. Afortunadamente aquí trabajaban dos personas que eran respetuosas de la historia.
El asunto radicaba, más bien, en la lentitud para poder sacar adelante un  proyecto de esa envergadura.
Fueron semanas y meses interminables donde lo único que veía a la distancia eran libros hacinados. Impresionantes colecciones confeccionadas con cuero de vaca, con letras de la época, de más de tres siglos atrás, con ese olor a antigüedad y a tierra detenida, a polvillo que se esparcía silencioso. Veía rostros en cada espacio, sentía en las noches el corretear de hombres diminutos y gigantes.
Los que ahora transitan por la actual Universidad de Tarapacá, no imaginan las maratones locas, el caerse por las escalerillas con las cajas al hombro. Pero era el amor a la palabra, el tratar de conservar aquello que podía perderse en cualquier momento.
Y ahora me encuentro con estos Wilde, Tagore, Kafka, Rousseau, Voltaire, Homero, Defoe, en el más completo desorden generacional y de épocas. Trasladando mis propias cajas, haciéndome espacios en la sala, encontrándome con el lápiz de nuevo, tratando de calmar las aguas de este desorden de olas… universales.


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viernes, 13 de abril de 2012

CUANDO BORGES Y EL PASADO SE APARECEN DE REPENTE


(Un tramo de la carretera Austral de Chile)

Escribe Carlos Amador Marchant.

No existe una relación entre pasado y presente, a no ser si el primero deja un espacio para la reflexión y el segundo aprende de ésta. Y si bien es cierto ambas están unidas, pareciera que el olvido, la falta de memoria, nos impidiera limpiar la casa que nunca hemos podido asear.
Hace cuarenta años me costaba entender cinco párrafos de Borges y me aborrecía por esto. Hoy sus escritos me parecen de la sencillez más absoluta en el real sentido de la palabra. Es decir, propendemos desde una evolución que se desplaza con altibajos y, finalmente, nos ahogamos en el océano del olvido.
Precisamente, frente a estas dualidades, me he situado desde hace un tiempo en trincheras pasadas, sean éstas de lecturas, personajes de ciudades remotas, o rincones mentales por donde se transita en el mundo.
Hay gente que dejé de la noche a la mañana sin saber si continúan vigentes en el arte o sencillamente han muerto por la inanición imperante. Hay quienes, incluso, conocí en situaciones extremas, sin saber si están vivos o han dejado esta selva.
Por allá, bordeando 1986, en la lejana cordillerana de la Décima Región de Chile, conocí a un treintañero de apellido Muñoz. Tenía el rostro moreno y su segundo apellido era de origen alemán. Por esas zonas abundan. Estábamos establecidos, ambos, en una especie de clandestinidad por los momentos que aún atravesaba mi país. Un día, sin saber cómo, entre el follaje y la humedad de la región, se entera que yo escribía versos.
Tras una serie de situaciones que están entrelazadas con la búsqueda de sustento y el hacha al hombro presto a cortar troncos, me dice saber tocar la guitarra y, además, cantar. Un día que no recuerdo bien me pidió los últimos manuscritos que había hecho sobre la Carretera Austral, poemas que hablaban de obreros muertos, de las crudas condiciones laborales en esa cordillera abrupta, de explosiones, de hombres mutilados al caer con sus camiones a la ensenada. Un día, varias semanas después, a eso de las doce de la noche, cuando el fuego de la estufa a latas ya moría, después de golpear varias veces mi puerta, en medio de la oscuridad, lo veo entrar con su guitarra al hombro, álgido, con ojos desarmados. Elucubró una sola palabra: ¡escucha!.
Había musicalizado seis de los veinte poemas inéditos. Y aquella voz de ese Muñoz que ya pierdo en el tiempo se elevaba en medio del silencio cordillerano, de pumas que deambulaban cerca de los ríos, de la espesura negra.
Era la primera vez que escuchaba mis versos con música y con una voz que se extendía entre el frío de cinco grados bajo cero. Era la primera vez que una guitarra movía mis sílabas.
Era el tiempo preciso para editar esos versos, para dar a conocer lo que no se conocía en esos años. Pero los manuscritos pasaron de mano en mano: Algunos políticos querían utilizarlos y, sin embargo, el tiempo les interpuso la asfixia y se quedaron inéditos, y los fui desarmando al correr de los ríos. Ignoro si aquel Muñoz siguió cantando esos versos en las calles de Puerto Montt, lugar donde lo vi en dos ocasiones más. Ignoro si está vivo o anciano. Lo concreto es que ese pasado murió con el viento, pero me sigue penando con los años. Aquellos manuscritos los quemé en la hoguera de los caminos.
Se preguntarán si ese tema de la Carretera Austral lo dejé de lado en forma definitiva. Y mi respuesta será negativa. Al paso de miles de días lo fui transformando en narrativa, en una novela que aún no culmino, que fui lanzando a proyectos, pisoteada (en algún momento) por los famosos evaluadores que se asientan en la llamada “amplia sapiencia artística”, y que hoy en el 2012 retomo para darle luz verde definitiva. Lo cierto, nadie es conocedor de la verdad. En el arte, amigos míos, se cometen muchas aberraciones.
Es decir, lo que ayer fue hoy puede volver a ser, pero de una manera distinta, socavando, a veces, lo que sirve; extrayendo lo que huele a nuevo.
Sin duda los párrafos de Borges me eran complicadísimos antaño. El anciano y extraño literato argentino me debe guiñar un ojo desde el más allá, como diciéndome que el llamado “tiempo del hombre” hace cambiar las estructuras.




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miércoles, 28 de marzo de 2012

SOBRE COSAS DE FIN DE MUNDO Y LOS ESTRAGOS IMPERANTES.






Escribe Carlos Amador Marchant


¿Será cierto que nos vendrán a buscar un día para dejar de ser hombres en la tierra, y culminar con esta gloriosa vida de suspiros, de juegos y de sueños absurdos?. Y por qué no, si a fin de cuentas no sabemos nada y vivimos un mundo robótico en medio de una selva inexistente.
Por estos días (más allá del siglo 21) se habla con más insistencia de este tema y comienzan a verse estragos naturales. Cosas extrañas en el firmamento percibidas por quienes laboran en astronomía: terremotos, tsunamis de magnitudes sorprendentes y, por cierto, de acuerdo al avance de las comunicaciones mundiales, todos están atentos a estos fenómenos que parece nos complican la existencia a un grado tal de hablarse que el presente año (2012) puede ser el que nos dé sorpresas mayores. ¿Fin de la existencia humana?. No lo sabemos.
No claudico frente a las estructuras de la existencia y me abro de brazos, esperando. Dentro del campo de la escritura han partido tantos en estos años. ¿Tuvieron suerte, se fueron antes del Apocalipsis?. Nadie lo sabe, las cosas se dan como se dan y en este mundo nadie se maneja a su antojo, ni siquiera al nacer, ni siquiera al morir.
Hubo poetas que cantaron a la muerte y hoy están muertos. ¿Será posible decir que en estos momentos cantan para volver a la vida, la desconocida?.
El ser inteligente tiene ventajas y desventajas. Ésta tiene que ver con que sabemos que un día cualquiera dejaremos la casa. La niebla nos espera: “No le temo a la muerte…por fin conoceré el gran misterio”, dijo el poeta chileno Gonzalo Millán a horas de iniciar su viaje fuera de este mundo.
Se habla mil cosas en estas últimas décadas. El calendario maya nos pena en cada segundo. Los gatos que transitan por los techos en la madrugada. Los perros que ladran mucho por las tardes.
Nos apresuramos a comprar manzanas. Dicen que ahora no tienen el sabor de antaño. Los químicos y esas cosas, golpean. Se vienen sequías. Hay que apresurarse a comprar, antes que se acaben las cosechas, dicen algunos. En la televisión se dejan ver programas juveniles, pésimos espacios, mediocres espacios, tristes espacios. Los ricos continúan haciéndose más ricos. Persiguen a los pobres, los apalean, le dan patadas en las calles. Unos locos, por ahí, varios locos, cientos de locos ricachones sudorosos, fabrican búnker para protegerse de la gran masacre. Dicen que bajo tierra se salvarán del diluvio. Incluso, pensando en el vil dinero (los ricos hasta dentro del ataúd piensan en el dinero) ya le han puesto precios a los compartimientos, por si a alguien se le ocurre salvarse dentro de esos socavones. ¿Acaso no saben que la naturaleza, que su fuerza, lo destruye todo en segundos?
Inicuas situaciones nos arrecian por las calles. Neo-nazis apalean, golpean, destrozan el cuerpo de un joven homosexual, lo queman con cigarrillos, le destruyen los órganos, le quiebran las piernas. Panorama inquietante en estos días.
La población ya no cree en sus autoridades, se han aburrido de tanta mentira por el mundo. Estamos hablando de las calles y la gente. Pero ¿qué hay más allá de las calles?.
Hay quienes aseguran que los estudiosos, que los grandes palacetes se han adueñado de los estudios, de la historia, que la han hecho a conveniencia de sus privilegios.
Parecen acabarse los tiempos en que la gente lo creía todo. Hoy se escudriña, incluso, a quien estudia en los colegios.
La historia miente, la ciencia, a veces, miente. ¿Y cómo no?. Si cuando aparece alguien que trata de contrarrestar investigaciones que han quedado establecidas a perpetuidad, es señalado como díscolo, como un aberrante ser de la ignorancia, que sólo trata de buscar fama a costa de sensacionalismos. Y la verdad parece no ser ésa, parece ser a la inversa, parece que se nos ha mentido de por vida, y la población mundial así lo percibe.
Muchas citas de poetas y pensadores siguen penando en las bibliotecas. Las mismas que a veces se dejaban de lado, hoy cobran vida. Pero no sólo porque han vuelto a ser leídas, sino porque el ojo humano se ha despertado frente a la ignominia.
Curiosamente por estos días, frente a tanta aparición de tsunamis, los pescadores, casi no creyendo informaciones oficiales, alertan a la población cuando las olas aparecen turbulentas. Es curioso, ¿verdad?.
Me siguen penando las palabras del poeta chileno Gonzalo Millán a minutos de partir de este mundo: “No le temo a la muerte…por fin conoceré el gran misterio”.



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El Editor

lunes, 5 de marzo de 2012

ADOLFO BIOY CASARES Y SU VISIÓN DE ARAÑAS



Escribe: Carlos Amador Marchant


“Cuando un día te echen de casa será porque el enemigo primero entró a la tuya……Desde ahí, parapetado, preparará la soga hasta estrangularte…Será un proceso parecido al de la araña, tejiendo interminables telas, esperando que caiga la mosca, rendida…..Cuando un día te echen de tus propias fronteras, será porque el enemigo fabricó por años cuevas subterráneas…. expropió tus cimientos….. te exprimió las raíces…(cam).”


Casi todo comienza a flor de labios, a palabras abiertas y cuando el amor está latente al igual como el nacimiento de los días; a razón de cualquier cosa, de cualquier detalle, la vida se nos complica.
Por el año 1959 del siglo XX, el argentino Adolfo Bioy Casares, nos muestra este cuento genial que se titula “Mosca y arañas”, inserto en su libro “Guirnalda con amores”.
La sencilla historia de Raúl Gigena, casado con Andrea, nos interpone el estallido y destrucción de una casa, que bien puede ser una nación, pero que se produce desde dentro de ella misma. ¿Cómo algo que supuestamente es tan sólido puede caer y fenecer de la noche a la mañana?. Muy simple, el enemigo entra a tu casa, a tu territorio y comienza a elucubrar planes de destrucción. Pueden ser planes de largo aliento, pero a fin de cuentas efectivos, como cuando la araña teje con minuciosidad su tela y luego espera, con paciencia, con extrema paciencia, sabiendo que tarde o temprano caerá la mosca.
En este caso Gigena echa pie atrás a vivir en matrimonio en casa de sus padres y se enmienda, a pedido de su mujer, a buscar casa en Buenos Aires. Luego de varios intentos terminan comprando un caserón central que, por lo espacioso, lo transforman en pensión.
Bioy Casares, nacido en 1914, y quien obtiene entre otros importantes premios el Cervantes en 1990, nos lleva por un camino donde lo humano está latiendo en cada rincón de esa casa. Si bien a Bioy se le encasilló por largo tiempo dentro de la caparazón de Jorge Luis Borges (con quien mantuvo una estrecha amistad), es autor de importantes obras entre novelas, guiones para cine, ensayos y relatos, que comienzan a tomar mayor fuerza a partir de 1940 con la novela denominada “La invención de Morel”. Estamos hablando, en consecuencia, de un autor prolífero.
Pero ¿cómo se puede destruir una institución, un matrimonio que nació amándose con fuerzas?. El escritor argentino maneja bien este tema que, más allá de parecer algo trivial, cobra la fuerza de un pensamiento filosófico, de una estrategia que bien puede utilizarse, como lo dije anteriormente, en la destrucción de una nación, comunidad, o poblado independiente.
A la casa de los Gigena, transformada en pensión, llegan varias personas, entre éstas Atilio Galimberti, el doctor Mansilla, y finalmente Helene Jacoba Krig. El matrimonio marchaba a la perfección. Había dinero. Andrea era hermosa y muy agradable. Además, no existían celos de por medio. Sin embargo, todo cambió con la llegada de Helene Jacoba, una mujer de sesenta años, minusválida y acompañada de un perro.
Curiosamente, con la aparición de ésta, Raúl Gigena, quien además trabajaba en corretaje de vinos, comenzó a tener sueños extraños. Veía a su mujer como una hembra cualquiera, capaz de engañarlo con cada pensionista que se le apareciera en el camino. Los celos fueron tan poderosos que ideó, incluso, dejar el trabajo de los vinos. Como nunca antes le había sucedido, empezó a torturar a su mujer con la desconfianza. Más tarde, ésta se transformó en mutua. Lo concreto es que Andrea jamás engañó a su marido y nunca pensó hacerlo.
Lo que jamás imaginó Raúl Gigena fue que la minusválida de Helene tenía un poder mental sobre las personas, y en este caso, la casi anciana mujer se había enamorado de él. Plan central: desarticular al matrimonio a costa de todo. Finalmente, Jacoba Krig culmina matando a Andrea mediante su fuerza mental, haciéndola caminar enceguecida hasta lanzarla bajo un tren en movimiento.
Adolfo Bioy Casares, al paso de los años refresca la memoria sobre cómo se genera la destrucción de algo. Y al mismo tiempo, nos da una visión de cómo el enemigo puede entrar por la misma puerta que se abre con gentileza.
Este cuento expuesto casi al promediar el año 60 del siglo pasado, nos recuerda situaciones de comunidades extranjeras que han entrado a países solidarios y que al final terminan destruyendo social y económicamente a las sociedades originarias. En la actualidad, donde impera el poder del dinero, vemos con horror, por ejemplo, cómo algunos hombres compran miles de terrenos y llegan a dividir geográficamente a las naciones. Es decir, el enemigo se introduce casi sin meter ruidos a tu propia casa y luego saca las garras hasta estrangularte.
La genialidad del escritor argentino nos dice, precisamente, que Jacoba Krig es la araña que teje y teje, con suma paciencia, hasta lograr su enfermizo afán de destrucción.
El tema final es cómo visualizar a esa araña, cuando en la oscuridad de la noche comienza a tejer, tranquilamente, sus diabólicos planes. Cómo ver los dientes afilados de un felino, sus ojos rojos de ira, el rugir y el pelaje, la risa mentirosa de los que saben matar.




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editor

jueves, 16 de febrero de 2012

Gabriel García Márquez, La Mamá Grande y los poderosos del mundo







Escribe Carlos Amador Marchant


Ese día impensado siempre llega, tardío tal vez, pero nos entrega por lo menos el diagnóstico de una vida sin tener información exacta del por qué la vivimos, bajo qué patrones, bajo qué segmentos.
La tierra tiene dueños y éstos preservan el poder por siglos. La información exacta señala que son personas subterráneas, invisibles, que hacen reuniones secretas y delegan su poder por generaciones. No se conocen rostros, y este poder está centrado en dominar todo lo delimitado como comarca, pueblo o nación.
¿Somos dueños de algo siquiera?. Esta inocente consulta tiene como respuesta una negación.
Un país, supuestamente, nace desde el tiempo de su independencia. El “supuestamente” lo he agregado para dar un punto de inicio al tema, mejor dicho, para situarlo dentro de un contexto.
Una de las imágenes más perfectas, aunque siempre en su estilo mágico, lo expone, lo expuso, Gabriel García Márquez en la década del 60. La repartición de la tierra, por no decir “repartija”, desde tiempos inmemoriales. Este mismo olvido de épocas, unido al estruendoso carraspear de la historia diseñada al compás de las conveniencias, hacen un entorno de “vacío infructuoso”. No así, por cierto, para los que continúan, en silencio, administrando los territorios.
Cuando el Nobel de Literatura habla de “Los funerales de Mamá Grande”, está hablando de este poder. Nos sitúa en aquel mundo de grandilocuencia diseñado por una sola persona (o por un grupo pequeño) donde todo trascurre bajo reglas minuciosamente edificadas para la preservación de su poderío.
En este escenario, los habitantes viven ataviados como verdaderos títeres pagando impuestos hasta por defecar. Todos los derechos son arremetidos bajo reglas minuciosas. Y hasta los gobernantes, los llamados gobernantes, se mueven a ras de suelo, sin poder profundizar ni tomar reales determinaciones.
Generación tras generación desde el tiempo de las encomiendas, repartiendo terrenos a diestra y siniestra, pero siempre con las cláusulas de letras chicas: “Aquí mando yo”.
Bajo el mandato de lo subterráneo, levantando leyes a conveniencias, deslindes, derecho a voto con fraudes legalizados, creando fuerzas de represión, aparatos legislativos domeñables, agrupaciones sociales encargadas de quebrar a todo aquel que se subleve, en fin.
Las Mamás Grandes se han lucrado con la influencia y la fuerza de los comienzos de todo, de los que siempre han sabido vivir a costa de la debilidad del desgraciado.
Me deleito, en el buen sentido de la palabra, es decir, me ironizo cada vez que releo la extraordinaria visión de nuestro Nobel colombiano.
Me trae, al mismo tiempo, etapas de mi país más otros muchos de latinoamérica, donde los líderes han terminado muertos por sus ideas. ¿Pero cómo vivir ante tanto poder?. Y entonces veo gritar a viva voz, pero esta voz termina siendo acallada, derrumbada, pisoteada.
Porque a fin de cuentas las mamás grandes no sólo son dueñas de un territorio llamado nación, sino del globo entero. Ejemplo de esto hay muchos. Uno es que misérrimos del orbe se han sublevado frente al sometimiento hasta llegar a hacer revoluciones. Pero las otras mamás grandes, las que están desperdigadas por el mundo, se encargan de aislar a los revolucionarios hasta hacerlos sucumbir al paso de las décadas.
Pareciera que estos poderosos han cambiado de rostros, de apellidos, y sin embargo son los mismos. Son los mismos que han gobernado el planeta tras milenios. Viven, como dije anteriormente, en lo subterráneo, no se dejan ver, pero se encargan que todo marche a la perfección.
Visto todo desde esta perspectiva: ¿En caso de sucumbir el planeta quiénes son los que se salvarán?..¡Ellos!. A no ser que las cosas cambien y se escapen de las escrituras.
En tiempos en que la tecnología de hoy no existía, el común de la gente creía que estas águilas eran inmortales. García Márquez lo plantea en “Los funerales de la Mamá Grande”. Aquí se puede percibir la desilusión de ver a alguien que comienza a pudrirse como todos los mortales. Incluso hasta los jotes y todos los carroñeros, en sus funerales, siguen el cortejo.
Es probable que el Nobel haya querido darle un respiro final a su cuento, un respiro de aliento. Sin embargo con la muerte de la Mamá Grande no se acaba el sometimiento para pasar a otra etapa de la historia, sino más bien es un mero dar vuelta la página para recomenzar el mismo subyugo con otros seres similares que continúan su tarea.
La muerte de la Mamá Grande hace que todo el pueblo de Macondo se movilice. Llegan a él los más altos dignatarios, entre éstos el presidente de la República y hasta el Papa. Había muerto el poder terra y subterra. Se respira un aire distinto, parecía que todo se renovaba en la tierra. Las nuevas generaciones comenzarían a tomar lección y escarmiento sobre el pasado.
Pero los poderosos del mundo quedan aferrados como garrapatas, aunque la Mamá Grande haya muerto y de acuerdo a lo que expresa Gabriel García Márquez al final de su cuento: “mañana vendrán los barrenderos y barrerán la basura de sus funerales, por todos los siglos de los siglos”.

editor

lunes, 9 de enero de 2012

HERMANN HESSE Y LA CASA ESTRECHA





Escribe Carlos Amador Marchant


El deseo de ser poeta a cualquier costo, de enredarse en sus propios instintos. Esta es ó puede ser, precisamente, la carrera de un artista.
Más allá de obras como “Demian”; Siddharta”; “El Lobo Estepario”, entre otras, Hermann Hesse, nos enrolla en pensamientos breves y sutiles, pero de una profundidad terrible, en sus escritos denominados “El Caminante”, que fueron escritos en una especie de abstinencia literaria (1918) y mientras se dedicaba a atender prisioneros en la primera guerra mundial.
Curiosamente me traspasa este escrito del Nobel suizo de ascendencia alemana, estos mínimos pensamientos que alzan y retratan la vida y la rebeldía ante ella, frente a los conceptos y a la imperfección del humano en estas contiendas.
Si bien Hesse vivió altibajos desde su niñez y pubertad, yéndose en contra de reglas establecidas, escapando de colegios y hasta llegando a depresiones que lo mantuvieron recluido brevemente en instituciones psiquiátricas, nada de esto tuvo una mayor explicación que sus ansias de ser como quiso ser: un pensador.
Y “El Caminante” es precisamente él, con su mirada profunda, con el devenir de horas y días, con la luz del sol y la oscuridad, con las contradicciones del espíritu. Es decir: Hesse.
Pero..¿Cómo es la vida de un ser humano, sino una circunvolución?. Y en este escrito Hesse sale de su casa y regresa a ella, luego de hacerse a los caminos más allá de Los Alpes, esta majestuosa cadena de montañas de la Europa Central.
Estas meditaciones en medio de su abstinencia en la escritura, lo sitúan, curiosamente entre las frases más hermosas que podamos leer de un pensador, insistiendo en las contradicciones que él mismo deposita en sus pensamientos: “El caminante es en muchos aspectos un hombre primitivo, del mismo modo que el nómada es más primitivo que el campesino”, dice él.
Y cuando el caminante va sorteando paisajes, lugares que a la distancia parecen libres, y que son de una misma madre, es decir, la Tierra, se van formando nuevos ideales que se agigantan no importa las épocas.
¿Qué son las fronteras, entonces?: “Son como cañones, como generales”; “No existe nada más odioso que las fronteras”, expresa Hesse.
Hermann Hesse, quien aparte de escritor y poeta fue pintor, va dibujando los paisajes en una libreta, los ríos, los caminos, las casas con los campesinos, los árboles milenarios.
¿Se ama realmente la tierra donde uno nace?. O mejor dicho: ¿Tenemos conciencia de lo que significa ser sedentario y no salir nunca más allá de lo que siempre conocimos?. ¿Qué es el amor?. La idea de Hesse no es dejar su corazón en un sitio, porque en su salida de las fronteras, de su terruño, está seguro que amará otros lugares, que se acercará a otros colores, a otros sabores. Entonces es crudo en decir, en interponer: “Soy amante de la infidelidad, del cambio, de la fantasía”. Y hasta le surgen dudas al respecto, nada en él, en esta etapa de su vida es real, quiere salir y lo hace: “Cuando nuestro amor se detiene y se convierte en fidelidad y virtud, me resulta sospechoso”.
Regresar a la vida de este autor, a la de antes de sus libros más famosos, a la de antes que se hiciera un tanto a la vida sedentaria, a la existencia de librero exitoso, al hombre que más tarde (1946) recibiera el Premio Nobel de Literatura, es fascinante.
Es la etapa de la juventud y la búsqueda, de los ímpetus, de las rebeldías de artista. Él quiere (quiso) estar solo: “Estoy solo, y la soledad no me hace sufrir. No puedo otra cosa. Estoy dispuesto a dejarme cocer por el sol. Siento avaricia de madurar. Estoy dispuesto a morir, dispuesto a nacer de nuevo. El mundo es más hermoso.”
Estamos ciertos que cuando salimos a recorrer lugares, son los árboles nuestros acompañantes más fieles, aquéllos que se encuentran en todos lados, exponiendo su vida, su sufrimiento. Hesse dijo que son los predicadores más eficaces y que cualquier campesino joven sabe que “la madera más dura y noble tiene los cercos más estrechos, que en lo alto de las montañas y en peligro constante crecen los troncos más fuertes, ejemplares e indestructibles”.
Pero todo lo antes expresado tiene que ver con la salida del terruño, con sacar a la luz los impulsos. Porque en el tema de las contradicciones humanas está también la vida: “No se puede ser vagabundo y artista al mismo tiempo…..si quieres embriaguez: ¡acepta también la resaca!. Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío!”.
Porque Hesse hace un mínimo relato y hermoso. Él es el caminante, es el artista y el ser humano. Este Nobel fallecido en 1962 a los 85 años, me retrata, nos retrata.
Porque al regresar lanza al aire el grito certero que todos los caminos conducen al hogar, y “cada paso es una muerte, cada tumba es una madre”.
Porque a fin de cuentas fue infeliz y feliz. Quiso tener una casa y la tuvo, quiso tener hijos y los tuvo…”Aunque la casa se me antojó estrecha….y la poesía me resultó sospechosa…”


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Comentarios selectos sobre el material de este blog.

Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

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